a Clyo
(el aro que corona
todos los eclipses)
La pelota que arrojé
cuando jugaba en el parque
aún no ha tocado el suelo.
aún no ha tocado el suelo.
Dylan Thomas
I
Sujeté la cabeza de Cardín y mis
manos se empaparon tan pronto, y tan tibio, que recordé aquella vez que soñaba.
Cuando la luna fue luna, el viento fue viento; y no hubo un ave, reptil o
licántropo que me hiciera pensar que estaba soñando. Lancé una pelota contra la
pared y pasé toda la noche jugando conmigo mismo.
II
Cada que lanzaba la pelota ella volvía; yo la
lanzaba y ella volvía; yo la lanzaba y Ella me hablaba con su voz de panal de
abejas.
III
Esa noche comprendí que el mundo se
fragmenta y se desfragmenta constantemente. Para asegurarme lancé una piedra
hasta lo más profundo del océano. De la piedra se hicieron ondas y de sus
bordes brotó la marea. Por la mañana desperté entre las ruinas de un castillo
de arena y supe que yo había sido el responsable.
IV
Porque dormir es morir un poco, me dijo,
con su voz de panal de abejas. Desde entonces, paso un hilo enhebrado a través
del ojo de la aguja y paso mis labios, para que al dormir no revele los
secretos de la noche. Por eso, antes de dormir paso un hilo enhebrado a través
de mis párpados, porque temo morir con los ojos abiertos.
V
Y así pasé los días esperando bajo el
dintel de la puerta o caminando por las calles que un día fueron el límite de
los bosques de coníferas. Caminando por las grandes avenidas e imaginando que
un día pasaron por ahí enormes ríos de agua salada derribaban todo a su paso.
Alguna vez, en mis rondines habituales, me alejé tanto del dintel que no supe
volver a tiempo y tuve que dormir a los pies de una farola.
VI
Porque no es lo mismo dormir bajo un árbol
de granada que a los pies de una farola.
VII
Esa noche, desperté sobre un tren. Sobre la
fría estructura de un demonio que avanzaba destrozando el pavimento de las
calles y las aceras, pasando sobre las glorietas y los edificios.
VIII
La destrucción tiene un nombre que usa
dieciocho veces la letra -Z-
IX
Como el silbido de las víboras, íbamos de una
ciudad a otra tragando la luz de las luciérnagas. Lo sé porque, lleno de
curiosidad, devoré sus alas rotas. Mi lengua se cristalizó.
X
a Otto
von Guericke
Con la boca sangrando [esporas] y las manos
heladas por sostenerme de la locomotora, grité, Cardín, tu nombre. Grité y
grité tu nombre, hasta que mis dientes fueron el sándalo que arrojan sobre los
ataúdes. Hasta que mis brazos fueron el motor de una máquina imparable. Fui la
locura de bosques, el humo de las calderas. El movimiento constante:
La máquina destructo-creativa.
XI
Aquella mañana desperté al centro del último Solar Baldío. Las uñas de mis manos
pendían de mi propio cuello y el sabor del azufre enervaba. Esa noche comprendí
que uno puede morir mientras duerme y que tú te habías ido lejos.
XII
Aquella tarde desperté entre cuatro paredes
blancas.
Al interior
de un dado que no paraba de menguar.
XIII
En las tierras del Este se encuentra un mar
aprisionado: la más profunda de las cordilleras. Y en su interior duerme las
más formidable de todas las bestias; esa criatura que nació de las gotas de
semen y sangre.
[sangre]
≠ [semen]
Y así
nació el mar del Aral.
XIV
Cuando la lluvia es breve la tierra se humedece
y despide un olor a barro del que se nutren todas las almendras.
XV
Con la garganta seca y los labios partidos
corté las letras del periódico que me traían cada mañana y escribí tu nombre en
el rincón más alto de las vitrinas. Ahí guardé tu nombre para que no lo
pisotearan las hormigas.
XVI
La última noche soñé que soñaba. Las
montañas, precipicio del que se arrojan las urracas, giraron sobre sí para
darme la espalda. Entonces pude ver que mi lengua seguía cristalizada y las
esporas brotaban de todas mis cavidades.
XVII
Aquella noche soñé que soñaba y desde el
puerto zarpaba una nave vacía. Se dirigen al Aral, me dijo. Fue entonces cuando
te vi con tu rostro pintado de verde, con tus ojos negros y tus labios rojos y
cuarteados.
XVIII
Fue entonces cuando te vi, con la mirada de
una niña que corre asustada por haber sangrado mientras dormía.
XIX
Arrojé la pelota a tus pies para que me la
regresaras, para que la volviera a lanzar y así hasta que me hablaras con tu
voz de panal de abejas. Las montañas giraron para darme la espalda, el cielo se
hizo un fractal convexo y tu giraste. De tu espalda nacían un par de alas interruptas.
XX
Yo devoré tus alas y mi lengua era un
cristal partido.
XX(I)
Sujeté la cabeza de Cardín y mis
manos se empaparon tan pronto, y tan tibio, que recordé aquella vez que soñaba.
Cuando la luna fue luna; el viento fue viento; y no hubo un ave, reptil o
licántropo que me hiciera pensar que estaba soñando. Lancé una pelota contra la
pared y pasé toda la noche jugando conmigo mismo.
[poema
circular, al volver a empezar la historia continúa]
Alejandro Baca, nació en el Estado de
México en 1990, poeta, editor, ensayista, autodidacta. Publicó el poemario Apertura al cielo, con la editorial
Naveluz. Ha sido publicado en Invisible-Gazzete, Flint, Ritmo, Avispero,
Círculo de poesía, Punto en línea. Actualmente trabaja como editor en la
revista Ritmo y en Cuadrivio
Ediciones. Fundador del Colectivo Órfico
de poesía y director del proyecto Centauro de Cine-poesía.
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