NARRACIÓN EN SEPIA
1
No camina de la mano de sus padres
un niño que va al cine,
persigue sus imágenes
en una calle más larga que su memoria,
persigue la voz de cada uno de ellos,
y sólo consigue guardarse
en la penumbra de los bolsillos
un par de caramelos que no pesan.
(Ante la luz que va dejando el sereno,
lo único que pesa
es la sombra del niño y sus padres,
contra el asfalto
y los muros de concreto.)
Mientras camina, no recuerda el cariño
ni el dolor de sus padres.
Su principio es la calle
donde el color de los bolsillos y las manos
se extinguen luminosamente.
Su precipicio es el cine
como un árbol rojo y negro que crece,
y se dilata
en las arterias de los ojos.
2
Adentro todo está oscuro:
las personas se van apagando
contra las fibras del celuloide;
su quietud
es más frágil que la muerte de un hombre.
El niño mira, escucha:
madre,
qué árbol es éste.
Negra, la soda
cae sobre la camisa del niño.
Al frente alguien cayó herido de la vida:
saca caramelos por la boca,
y al fin solo deja un charco de alacranes.
El hierro lo tomó por sorpresa:
madre,
qué heridas son estas.
La muerte también es hierro en la lengua del niño:
no puede decirle a su madre
dónde termina el cuerpo derramado del hombre,
dónde empiezan sus manos empapadas.
No comprende por qué, durante el deshielo,
la soda es más fría que el agua.
Al frente alguien lanza tierra sobre el cadáver
dejando un rastro de óxido y tristeza
en los secos sonidos del proyector.
Para el público, morir no es parte de esta vida,
es apretarse los ojos
en los claroscuros de una película.
El niño llora, el cine se ha vuelto un árbol
de imágenes que se enraman en el estómago
y se marchitan angustiosamente.
Pero la familia decide huir de la sala.
Nadie los ve ni escucha.
No saben que las calles de regreso
son una misma sombra
que se extiende en la memoria por años.
3
La escena siguiente son los padres
obligados a abandonar su lengua y sus manos.
El niño desearía soñar con una plaza
apenas tocada por el aire de junio.
Sus padres tendidos en la acera,
tienen la boca llena de caramelos
y la sangre envuelta en alacranes:
madre, qué árbol es éste, qué heridas son estas.
Nadie escucha los sonidos de éste hierro.
Adentro del cine,
las fibras del celuloide ya no tienen orillas.
Entre boletos rotos, paletas masticadas,
y la soda aún fría, a medio secarse,
llora el niño.
De nada sirve guardar en los bolsillos
los restos de su infancia.
los restos de su infancia.
Marco
Antonio Murillo (Mérida,1986). Estudiante de la maestría en Creative Writing por la Universidad de El Paso, en Texas. Premio
Nacional de Poesía Rosario Castellanos en 2009. Premio de Ensayo de Crítica
Universitaria (CONARTE), segundo lugar en el Premio Regional de Poesía José
Díaz Bolio, ambos en 2011. En 2013 fue campeón del torneo express de poesía
Verso destierro, realizado en Campeche. En la revista digital Círculo de poesía
publicó Las
formas de la nube: Antología de poetas yucatecos nacidos en la década de los ochenta. Autor
del poemario Muerte de Catulo (El
Drenaje 2011, Rojo Siena 2013) y de La
luz que no se cumple (Artepoética press 2014). Fue incluido en el libro En la orilla del silencio: Ensayos sobre Alí
Chumacero (Tierra Adentro, 2012). Actualmente es editor de la revista
bilingüe Río Grande Review.
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