FERNANDO PESSOA:::del Libro del desasosiego

212.

Tener opiniones es estar vendido a uno mismo. No tener opiniones es existir.  Tener todas las opiniones es ser poeta.

239.

Nos cansamos de todo, salvo de comprender. A veces no resulta fácil descubrir el sentido de la frase. 
Nos cansamos de pensar para llegar a una conclusión,  porque cuánto más se piensa, más se analiza, más distingos se hacen, menos se llega a una conclusión. 
Caemos entonces en aquel estado de inercia en que a lo mas que aspiramos es a comprender bien lo que se ha expuesto-una actitud estética,  pues queremos comprender sin sentirnos interesados, sin que nos importe que lo comprendido sea o no verdadero, sin que veamos otra cosa en lo que comprendemos que no sea la forma exacta en que fue expuesto, la categoria de belleza racional que para nosotros tiene.
Nos cansamos de pensar, de tener opiniones propias, de querer pensar para actuar. No nos cansamos, sin embargo, de tener, aunque sea de manera transitoria, opiniones ajenas, con el único fin de sentir su influencia y de no seguir su impulso.

258.

El haber tocado los pies de Cristo no es disculpa para las faltas de puntuación. 
     Si un hombre escribe bien sólo cuándo está borracho, le diré emborráchese. Y si me dice con eso que su hígado padece, le respondo: ¿y qué es su hígado? Es una cosa muerta mientras usted vive, mientras que los poemas que escriba vivirán sin ningún mientras.

261.

En mi, todos los afectos son vividos en la superficie, pero de manera sincera. Siempre, y de manera intensa y dedicada. Siempre que amé,  fingí que amaba, y siempre para mí mismo lo fingí. 

402.

Poder reencarnar en una piedra, en una mota de polvo- llora dentro de mi alma este deseo.
Cada vez le encuentro menos sabor a todo, incluso a no encontrarle sabor a nada.

302.

Descubri que pienso siempre en dos cosas al mismo tiempo, y que a las dos presto al mismo tiempo atención.  Todos, supongo, deben ser un poco como yo. Hay ciertas impresiones tan vagas que solo más tarde, al acordarnos de ellas, sabemos que la hemos recibido; de esas impresiones, creo, se formará una parte-tal vez la parte interior de la doble atención de todos los hombres. Lo que a mi me sucede es que las dos realidades a las que presto atención tienen para mi igual importancia. En esto consiste mi originalidad. En esto probablemente, consiste mi tragedia, y la comedia de esta tragedia mia.
Escribo con atención,  curvado sobre el libro en el que voy haciendo asiento tras asiento la bistoria inutil de una firma oscura; y al mismo tiempo mis pensamiento sigue,  con igual atención,  la ruta de un navío  inexistente por paisajes de un oriente que no existe. Las dos cosas tienen para mi la misma nitidez , son igualmente visibles para mi: la hoja donde escribo con cuidado, en el papel pautado, los versos de la epopeya comercial de Vasques y Cía., y el combés donde veo con atención,  muy cerca de la pauta alquitranada de los intersticios de las tablas, las largas sillas alineadas, y las piernas que sobresalen de quienes descansan en el viaje.

(Si yo fuera atropellado por una bicicleta de niño,  esa bicicleta de niño se convertiría en parte de mi historia).

Se interpone la protuberancia de la sala de fumadores; por eso solo se ven las piernas.
LLevo la pluma al tintero y de la sala de fumadores-casi al pie de donde siento que estoy-sale el bulto del desconocido. Me da la espalda y avanza hacia los otros. Su modo de andar es lento y las caderas no dicen mucho. Es inglés.  Empiezo otro asiento. Intento ver en qué me estaba equivocando. Es a débito y no a crédito en la cuenta de Marques. (Lo veo gordo, amable, chistoso y, en un instante, el navío desaparece.)

304.

La fe es el instinto de la acción.

354.

Dan ganas de despojarse del calor como quien se despoja de una ropa invisible.


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