UN POEMA DE ALEJANDRO BACA




INSTRUCCIONES PARA OLVIDAR UN SUEÑO



a Clyo
(el aro que corona
todos los eclipses)

La pelota que arrojé
cuando jugaba en el parque
aún no ha tocado el suelo.
Dylan Thomas



I

Sujeté la cabeza de Cardín y mis manos se empaparon tan pronto, y tan tibio, que recordé aquella vez que soñaba. Cuando la luna fue luna, el viento fue viento; y no hubo un ave, reptil o licántropo que me hiciera pensar que estaba soñando. Lancé una pelota contra la pared y pasé toda la noche jugando conmigo mismo.

     II       
                    
Cada que lanzaba la pelota ella volvía; yo la lanzaba y ella volvía; yo la lanzaba y Ella me hablaba con su voz de panal de abejas.


III

     Esa noche comprendí que el mundo se fragmenta y se desfragmenta constantemente. Para asegurarme lancé una piedra hasta lo más profundo del océano. De la piedra se hicieron ondas y de sus bordes brotó la marea. Por la mañana desperté entre las ruinas de un castillo de arena y supe que yo había sido el responsable.


IV

     Porque dormir es morir un poco, me dijo, con su voz de panal de abejas. Desde entonces, paso un hilo enhebrado a través del ojo de la aguja y paso mis labios, para que al dormir no revele los secretos de la noche. Por eso, antes de dormir paso un hilo enhebrado a través de mis párpados, porque temo morir con los ojos abiertos.


V

     Y así pasé los días esperando bajo el dintel de la puerta o caminando por las calles que un día fueron el límite de los bosques de coníferas. Caminando por las grandes avenidas e imaginando que un día pasaron por ahí enormes ríos de agua salada derribaban todo a su paso. Alguna vez, en mis rondines habituales, me alejé tanto del dintel que no supe volver a tiempo y tuve que dormir a los pies de una farola.


VI

     Porque no es lo mismo dormir bajo un árbol de granada que a los pies de una farola.


VII

     Esa noche, desperté sobre un tren. Sobre la fría estructura de un demonio que avanzaba destrozando el pavimento de las calles y las aceras, pasando sobre las glorietas y los edificios.


VIII

La destrucción tiene un nombre que usa dieciocho veces la letra -Z-


IX

Como el silbido de las víboras, íbamos de una ciudad a otra tragando la luz de las luciérnagas. Lo sé porque, lleno de curiosidad, devoré sus alas rotas. Mi lengua se cristalizó.


X

a Otto von Guericke

Con la boca sangrando [esporas] y las manos heladas por sostenerme de la locomotora, grité, Cardín, tu nombre. Grité y grité tu nombre, hasta que mis dientes fueron el sándalo que arrojan sobre los ataúdes. Hasta que mis brazos fueron el motor de una máquina imparable. Fui la locura de bosques, el humo de las calderas. El movimiento constante:

La máquina destructo-creativa.


XI

Aquella mañana desperté al centro del último Solar Baldío. Las uñas de mis manos pendían de mi propio cuello y el sabor del azufre enervaba. Esa noche comprendí que uno puede morir mientras duerme y que tú te habías ido lejos.


XII

Aquella tarde desperté entre cuatro paredes blancas.
Al interior de un dado que no paraba de menguar.


XIII

En las tierras del Este se encuentra un mar aprisionado: la más profunda de las cordilleras. Y en su interior duerme las más formidable de todas las bestias; esa criatura que nació de las gotas de semen y sangre.

[sangre] ≠ [semen]

Y así nació el mar del Aral.


XIV

Cuando la lluvia es breve la tierra se humedece y despide un olor a barro del que se nutren todas las almendras.


XV

     Con la garganta seca y los labios partidos corté las letras del periódico que me traían cada mañana y escribí tu nombre en el rincón más alto de las vitrinas. Ahí guardé tu nombre para que no lo pisotearan las hormigas.


XVI

     La última noche soñé que soñaba. Las montañas, precipicio del que se arrojan las urracas, giraron sobre sí para darme la espalda. Entonces pude ver que mi lengua seguía cristalizada y las esporas brotaban de todas mis cavidades.


XVII

     Aquella noche soñé que soñaba y desde el puerto zarpaba una nave vacía. Se dirigen al Aral, me dijo. Fue entonces cuando te vi con tu rostro pintado de verde, con tus ojos negros y tus labios rojos y cuarteados.


XVIII

     Fue entonces cuando te vi, con la mirada de una niña que corre asustada por haber sangrado mientras dormía.


XIX

     Arrojé la pelota a tus pies para que me la regresaras, para que la volviera a lanzar y así hasta que me hablaras con tu voz de panal de abejas. Las montañas giraron para darme la espalda, el cielo se hizo un fractal convexo y tu giraste. De tu espalda nacían un par de alas interruptas.


XX

     Yo devoré tus alas y mi lengua era un cristal partido.


XX(I)

Sujeté la cabeza de Cardín y mis manos se empaparon tan pronto, y tan tibio, que recordé aquella vez que soñaba. Cuando la luna fue luna; el viento fue viento; y no hubo un ave, reptil o licántropo que me hiciera pensar que estaba soñando. Lancé una pelota contra la pared y pasé toda la noche jugando conmigo mismo.



[poema circular, al volver a empezar la historia continúa]











Alejandro Baca, nació en el Estado de México en 1990, poeta, editor, ensayista, autodidacta. Publicó el poemario Apertura al cielo, con la editorial Naveluz. Ha sido publicado en Invisible-Gazzete, Flint, Ritmo, Avispero, Círculo de poesía, Punto en línea. Actualmente trabaja como editor en la revista Ritmo y en Cuadrivio Ediciones. Fundador del Colectivo Órfico de poesía y director del proyecto Centauro de Cine-poesía.

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